Fotografía de Man Ray

Fotografía de Man Ray
Espejos. Patios. Umbrales. Silencios. Ritos. Esquinas. Exilios. Naufragios. Horas. Otoños. Ventanas. Sombras. Enigmas. Pretéritos. Hay palabras que me enuncian. A veces las pronuncio en versos. En susurros o a los gritos. Para que no se mueran en mi boca. (Fotografía de Man Ray)

martes, 13 de noviembre de 2012

ALMENDRAS AMARGAS



Fotografía de Hasan Zhurtov

CARTA X

De mí te cuento:
 En las manos llevo abismos. En los ojos llevo esperas.

Porque en el fondo sé que volverás.
De una u otra forma vuelves siempre
por los raíles
donde transita el tren de las penumbras.

Guardo tu nombre dentro de mi boca.
Tu nombre impronunciable
como un sigilo sórdido
o un voto místico.

(Hay casos que requieren adjetivos esdrújulos.)

Recuerdo cuando el tiempo era prohibido,
cuando callaba porque no me hirieses
y cuando por no herirte te mentía.
Cuando era cuerda.

Ahora digo como quien no dice,
como si lo que digo no importase.
Un telegrama sin destinatario
ni remitente. 

(Oscilará en las ondas del absurdo.)

Por eso escribo al borde de las lápidas,
desde mis cuatrocientas desconfianzas,
desde un lugar cerrado a cal y canto,
desde mi voz incierta,
sólo para decir:
lo que no sé de ti
sabe a almendras amargas.


AL BORDE DE LAS HORAS

(De la película Fresas Salvajes, de Ingmar Bergman)

CARTA IX

Desde hace mucho tiempo no te escribo
poemas de exhumar melancolías.

Vino la primavera con su boca.
Vino el verano con manos azules.
Todo ha pasado y no te dije: estoy
 tan cercana de ti por el lado de dentro
tan al ras del esbozo que tu sombra
dibuja en los caminos del crespúsculo.

No te conté que anduve atareada
cultivando milagros:
el niño y el jardín y los fractales
de nubes con su sabia geometría.

(Tampoco cuenta nada el pan al trigo
ni el vino a los viñedos
y son tan consecuentes.)

Vuelvo a escribir porque te he visto anoche
atravesar el filtro de mis ojos
tal y cual como eres: en el pecho rasgado
el campanario de una catedral,
en una mano el látigo, en la otra la pluma,
los minuteros ciegos
persiguiendo tardanzas en las venas.

Recordé que hubo un tiempo en que aún no existías.

Yo era visceral, como planta carnívora.
Usaba fuente bookman old style
de preferencia bold, corsiva, azul.
Era ágil, letal y literaria
como un frustrado predador hambriento
en selvas de papel.

(Entonces escribía
como quien tira una botella al mar). 

Pero llegaste con el campanario,
el látigo, la pluma, el reloj en la sangre,
y abandoné mi jungla por seguirte
en el oficio de cifrar palabras.

Ahora soy tan mansa que me bebo el tiempo.
Nómada en un desierto de minutos,
hasta me espanta el viento de la tarde.

(Por eso escribo sin otro propósito
más que reconciliar las paradojas.)

Son necesarias muchas cosas dentro
y dos o tres afuera
por dar a las palabras la silueta
de barco o de puñal o de clavel.
Pero yo, que soy simple como un número,
tan sólo necesito de dos alas
en vuelo raso sobre el mar bravío
seguido de un naufragio
de proporciones inconmensurables.

O entonces de algún código de enigmas
que no circule sino al borde de las horas.


(Sólo los dos sabemos que es de Bergman
el reloj de los Números del Tiempo.)