Fotografía de Toni Frissel
MUELLE DEL PUERTO
Mira, nuestra ensenada ahora está desierta.
Ya no estamos. Estoy. Mitad insuficiente.
Esta tarde no vemos en el iris del otro
los destellos del sol que la marea verde
hurtaba al horizonte y, en gesto de limosna,
esparcía en las piedras cenicientas del muelle.
Al reborde del dique asomábamos juntos,
escudriñando el agua por saber cuán solemnes
eran nuestras imágenes en el cristal manchado
del río que anidaba la forastera suerte.
Puerto de la aventura desde donde partían,
preñadas de futuro, de oro negro y fiebre,
las naves que cargaban nuestro hambre de mundo
y que en aliados sueños hacíamos que fuesen
-brazos de acero y plomo navegando el océano-
rumbo a las cuatro esquinas de los mares agrestes.
Todo era nuestro. Todo. Bienes y posesiones:
los puntos cardinales del este al occidente,
el espejo del mar, la infinitud del cielo,
del universo el diámetro y de la tierra el eje.
Mira, nuestra ensenada ahora está desierta.
Sólo se escuchan pasos, los míos, en el muelle.
Ya surgen las estrellas, una a una se exhiben,
nadando en el azul, alegres como peces.
Contemplo rompeolas hechos con mis pedazos
que avanzan hacia ti y en tu ausencia se pierden.
El silencio bucea en la oquedad del grito.
En soledad desnuda miro al entorno; adrede
callejeo las piedras pisando sueños náufragos
con estas suelas rotas que me dejó tu muerte.
MUELLE DEL PUERTO
Mira, nuestra ensenada ahora está desierta.
Ya no estamos. Estoy. Mitad insuficiente.
Esta tarde no vemos en el iris del otro
los destellos del sol que la marea verde
hurtaba al horizonte y, en gesto de limosna,
esparcía en las piedras cenicientas del muelle.
Al reborde del dique asomábamos juntos,
escudriñando el agua por saber cuán solemnes
eran nuestras imágenes en el cristal manchado
del río que anidaba la forastera suerte.
Puerto de la aventura desde donde partían,
preñadas de futuro, de oro negro y fiebre,
las naves que cargaban nuestro hambre de mundo
y que en aliados sueños hacíamos que fuesen
-brazos de acero y plomo navegando el océano-
rumbo a las cuatro esquinas de los mares agrestes.
Todo era nuestro. Todo. Bienes y posesiones:
los puntos cardinales del este al occidente,
el espejo del mar, la infinitud del cielo,
del universo el diámetro y de la tierra el eje.
Mira, nuestra ensenada ahora está desierta.
Sólo se escuchan pasos, los míos, en el muelle.
Ya surgen las estrellas, una a una se exhiben,
nadando en el azul, alegres como peces.
Contemplo rompeolas hechos con mis pedazos
que avanzan hacia ti y en tu ausencia se pierden.
El silencio bucea en la oquedad del grito.
En soledad desnuda miro al entorno; adrede
callejeo las piedras pisando sueños náufragos
con estas suelas rotas que me dejó tu muerte.
Amedeo Modigliani
VIRTUANDO ESTIGMAS
Hay algo de siniestro en esta noche,
una amenaza densa, un ultimátum.
Mi pecho es un suburbio
lleno de calles torvas
y esquinas donde el viento esgrime espadas.
Pegada a las paredes busco umbrales
por clausurar vocablos.
Los fonemas del odio
me decepan los dedos,
latiguean mi piel las bofetadas.
De pronto se hace urgente que amanezca.
La boca necesita voz de alondra.
Mis ojos horadados
tienen miedo a perderse
en la ruta de vuelta hacia mi casa.
Amedeo Modigliani
RITUAL DE OLVIDO
Ritual de olvido oficio, reverente,
en la solemnidad del pensamiento,
sin chispa de piedad, sin sentimiento,
te sacrifico, audaz y consecuente.
Te mato día a día, lentamente,
en un ceremonial sagrado, incruento,
amortajando en sábanas de viento
tu recuerdo nostálgico y doliente.
De la mano del tiempo oculto, umbrío,
inexorable y fiel gira la noria
de un proceso letal sin extravío:
la puñalada a secas, golpe frío,
la palada de tierra en la memoria,
y te mueres. Te mueres. Y me río.
Amedeo Modigliani
HEME AQUÍ DESPOJADA
Heme aquí despojada.
Vengo de la espesura de la selva,
enredada en las lianas del espanto;
traigo esperanzas rotas
por sucesivas fieras
y en el bies de mis labios
pretéritas manzanas
ya sin veneno.
Aquí me tienes sierva. Aquí te sabes dueño.
Hallarás en mi piel centímetros que aún
son vírgenes de estigmas,
pedazos donde quepa todavía
la marca de tus dientes,
espacios a medida de las úlceras
que rasgarán tus garras
en mi afecto desnudo.
Amedeo Modigliani
ESTE NOVIEMBRE
Este noviembre arrastra en su memoria
ese amor sin después y sin sentido
que se suicida sin haber vivido
y no tiene futuro ni prehistoria.
Como el destino dócil de la noria
cumpliendo inapelable cometido
fue girando el amor hacia el olvido
sin rastro de amargura ni de gloria.
Podría ser amor capaz de hoguera,
de encender los luceros e, inclusive,
de hacer reverdecer la primavera.
Sin embargo, se amustia sin desvelo,
ni acaba de morir ni sobrevive
y noviembre le arrastra por el suelo.
Amedeo Modigliani
LLUVIA
Esta tarde la lluvia se suicida,
se tira a la vidriera en repetidos golpes.
Hay sonido de gotas gimiendo en los cristales
y un murmullo de duelo que te nombra y te nombra.
El fin del día estrecha mi alma y mi ventana.
Callada como un muerto, triste como un invierno,
miro las sombras sucias del polvo de memorias
que se acomodan tristes en esas viejas sillas
como si regresaran de una tierra lejana
para quedarse de por siempre.
Sin los acostumbrados arreboles
las sombras residiendo en mi crepúsculo
se instalan entre el piso y el cielo raso
mientras la lluvia se suicida en los cristales,
martillando tu nombre, despiadada.
Amedeo Modigliani
HABITO LÁPIDAS
Mis armarios, mis tumbas, mis suburbios,
ciudad de piedra y cal y enredaderas
donde la noche aúlla en los tejados.
Del musgo antiguo al que habitué mis sienes
la soledad rescata un son de lluvia
a los golpes letales del silencio.
Al margen de tu nombre me reclino,
los párpados mojados de pensarte,
la piel picoteada por un buitre.
Si se habla de morar habito lápidas.