Vidrio de René Lalique "Susana"
PENUMBRAS
Si yo tuviera un corazón de estepa
fundarías ahí tu territorio.
Mas en mi pecho hay un salón antiguo
lleno de piezas finas, delicadas,
que rematé pujando por otoños
en las duras subastas de la vida.
De un zarpazo destrozas los espejos,
desgarras los dibujos del brocado,
haces trizas mis vidrios de Lalique.
Resta incólume, a salvo de tus zarpas,
el cofre donde guardo las penumbras.
Oleo de Pablo Picaso
CARTA (VI)
Lisboa. Enero. Un año que comienza
bajo un signo de crisis logarítmica.
Vengo a contarte
las esperas en todos los andenes
y horizontes que nunca se acercaban
con tu nombre en la cresta.
Porque hay cosas de ti que nunca supe,
voy por tu piel escrita palmo a palmo
por encontrarte al filo de las sombras
enmarañado en versos.
Es medianoche en todos mis relojes.
Mientras suenan las doce en las ausencias
la Cenicienta urbana que me habita,
con jeans, Marlboro y garras sin barniz
pierde el zapato al borde de tu abismo.
Porque hay cosas de mí que aún no sabes
no entretejo gemidos, sólo trato
de engendrar esta carta por decirte
que preciso rasgar alguna seda,
un folio escrito o en blanco,
unos años de más y otros de menos,
viejas memorias, síntesis futuras,
el pañuelo, la alfombra, mi vestido,
cualquier cosa que cruja al deshacerse,
que grite, vocifere, gima, llore.
Necesito rasgar hondos pretéritos.
Es medianoche en punto en los colmillos
con que muerdo las horas.
Porque hay cosas de ti que nunca supe.
Porque hay cosas de mí que aún no sabes.
ERA ADIÓS Y NO ERA
Ya sé que no habrá risas,
ni ternura, ni azul, ni confidencias,
ni claves enhebradas
que sólo el otro sepa traducir.
No hilaremos con manos conniventes
la sutil telaraña de la complicidad.
Todo serán umbrales subjuntivos.
Como si casi. Como por si acaso.
El bies de un todavía.
Talvez hables de mí en algún texto
con velado desdén, mal disfrazado enojo,
culpándome por nunca comprender
lo que hay de lenitivo en la crudeza
con que dices los cauces del dolor,
y ser tan distraída de las cosas
que no me escudo más que en los abrazos,
de tal manera inepta
para reconocer al enemigo.
Y de mí no sabrás que hay otras guerras
sin fusiles, ni muertos, ni batallas,
en que me empeño inerme y a destajo,
porque igual hay trincheras
en el prosaico mundo de los vivos.
Y es que a veces se lucha
no más que por el sol de cada día,
y en pugnas entre el pie y los trayectos
se va resquebrajando la bravura
si son muchos los soles
y se los ha vivido casi todos.
Ya sé que no habrá llanto
de misturadas lágrimas y miel,
ni la mano tendida, ni el hombro al que arrimarse,
o el pecho como un muelle en donde anclar.
No habrá pan ni rescate.
No habrá más que un umbral, por si las ganas,
mientras las ganas duren
la eternidad que tengan que durar.
FUE ASÍ
Fue así: una especie de desorden
en el flujo del tiempo.
Insólito y absurdo.
Un águila con vértigo de alturas.
Un pez con miedo mórbido del agua.
El personaje cuyo nombre huérfano
no se encuadra en la propia biografía.
Y sin embargo
hubo algo de bello y sorpresivo
como una iglesia gótica en la playa,
la nieve en la planicie de Castilla,
el vuelo de los cisnes sobre un lago.
O entonces Times Square cuando anochece.
A veces fue pletórico
como un viñedo en tiempo de vendimia
y el olor de la tierra cuando llueve.
O más bien el Concierto de Aranjuez
en jazz, por Miles Davis.
Fue así. Y de pronto no fue nada.
Fue como si jamás hubiese sido.
EN PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR
Nunca quise ser pájaro.
No sé por qué insisto en mantener las alas.
Por decirlo sin sombra de retórica
me acomodo de bruces en algo que amenaza
ser una reflexión de orden sensorial:
Acabo de instalar en el teléfono
un poema sinfónico de Liszt,
donde se infiere un ego dimitido
de mi generación Kerouak-Ginsberg.
Hay otros síntomas:
Me pienso samurái en un bosque de espejos.
Navego el tragaluz en un barco sin quillas.
Sólo me falta para ser otra persona
que me compre una casa en la Toscana.
Nada de eso estaba en lo previsto
cuando dejé mis márgenes
llevándome un olvido de la mano,
paraguas –por si llueve–
y mis pañuelos de decir adiós.
Llegué despaginada al otro lado
de mis cincuenta y siete travesías.
Mejor asumo que desvié la brújula
y me dejé caer en el sistema.
Deberían vender en algún sitio
un manual de existencia que enseñe una mujer
a no desescribir su propia historia.
(Lo que hay de impudicia en los poemas
es que una habla siempre de sí misma).
CENDAL
De una tumba a un destiempo
trenzamos un cendal de paradojas.
No existe en el diseño de mis mapas
un territorio abierto a las colmenas:
si fueses miel yo no sería boca.
Si fueses fuente no sería sed.
Por otro lado
(hay siempre el otro lado de la hipótesis)
no existe en el rondel de tus esferas
vía para mi elíptico trayecto.
Si fuese cumbre no serías cóndor.
Si fuese fiera no serías caza.
Sin embargo
(hay siempre un sin embargo al quemar naves)
al pensarte veneno, sal, resina,
qué lástima me da que no haya sido.
CUANDO
Quisiera estar ahí
cuando es diciembre y lunes,
y llueve sobre el patio;
cuando en las madrugadas
conversas con los árboles
por contarles insomnios y agonías,
y estrenas alboradas redentoras
en esos días que nacieron muertos;
cuando la tenue luz de una farola
desdibuja tu sombra en las ochavas
y la noche asomada a los portales
cuida tus pasos;
cuando tu perro, a guisa de filósofo,
profana los altares
donde ciego, inmortal, vivía Borges
y te llena de ira y desconsuelo
esa imprevista forma de penuria;
Quisiera estar ahí cuando estás loco,
cuando me quieres tanto,
cuando a veces me odias,
y latigas mi espalda entre dos credos,
y entrelazas tu nombre en mis enigmas.
ENTRE DOS GUERRAS
Me acerco entre dos guerras, cuando emergen
de los despojos ánforas añejas
y el vino a sorbos sabe a un armisticio,
un credo entre silencios.
Reposan los corceles de mis tribus,
que en un tropel de cascos, de entre el polvo,
rescataron tu nombre.
Entre dos guerras vengo,
niña y desangelada,
sin manual de instrucciones para el miedo.
SOMBRAS
Mi sombra velará tu sombra donde
discurra el vago rumbo de los párpados
el tiempo con su séquito de otoños
y seguirá la impronta de tus huellas
que un día fueron brújula, cuadrante
y arca de los lúgubres desechos
en la odisea que emprendí sin mapas
hacia el borroso sur de mis naufragios.
Donde tu sombra esté, grave y remota,
mi sombra –de tu sombra consecuencia–
allí estará, al borde de la tuya,
por andar de tu mano los zaguanes
que llevan al envés de los enigmas
y recorrer contigo paso a paso
los páramos de hielo del olvido
y el infierno voraz de la memoria.
GERUNDIO
No es el olvido lo que yo creía:
vastedad de vacíos subsecuentes,
la incógnita despejada
en mi ecuación mental de utilidades.
No es mantel de ceniza recubriendo
migajas de un banquete consumido
o niebla que se extiende hacia la línea
de un horizonte al que volví la espalda.
Que no. Es un aguaje reincidente,
un vendaval que arrastra los despojos
de un antiguo naufragio
hacia la soledad de mi egoísmo.
O más bien un hachazo
que escarba grietas
en lo intangible.
Olvidar es asir esa condena,
perpetua, inexorable, reiterada.
Una no olvida: una se va olvidando.
Construcción absoluta, estado durativo,
es un gerundio
eternamente
siendo.